viernes, 15 de enero de 2010

Carencias con matiz feliz

Esta noche conversando con algunos familiares y amigos cercanos se inició la conversación sobre los recuerdos de transporte universitario en Maracaibo. Varios de los presentes de más de 40 anos, hicieron alusión a lo carente del dinero un (01) bolívar para pagar el autobús o comprar algo para sostener el cuerpo en las horas de estudio. Se colaron historias de cada cual, de amigos solidarios, de vecinos pendientes de los muchachos del barrio, de hombres y mujeres profesionales, que sacrificaron muchas cosas consideradas como lujosas (ropa, zapatos, accesorios y otras cosas) en las que sencillamente no podían tener.

Siguió el relato de una de los presentes, en la que un día tuvo clases hasta las diez de la mañana y espero hasta las tres de la tarde para que llegara su ruta; y la ruta llegó pero por un descuido la dejo. Se quedo entonces, sentada esperando el próximo autobús que llegaría 7 horas después, porque sencillamente no tenía otra forma de irse, sólo le quedaba llorar y esperar que llegará el otro.

Esta misma persona orgullosa de donde viene, toca las fibras de la sensibilidad de los presentes cuando señala, que en su casa no había ni siquiera piso, era sólo arena, comían cuando había algo para los nueve hermanos. Su mamá limpiaba en casas de familia por día, y del almuerzo que le daban se lo traía y lo compartía para todos. Cuando no había nada, les pedía que se bañaran y se acostarán a dormir para evitar que sintieran el dolor del hambre y evitar ver a sus hijos llorando.

El padre de los niños, un hombre simplemente irresponsable de esos que pululan en la sociedad venezolana cargado de un machismo generado por las mujeres que aguantan estas lesiones que las afectan no sólo a ellas, sino a su descendencia. Sin embargo, no hay malos recuerdos para quien lo vivió.

Se le llenan los ojos de brillo al traer a nuestro presente que su grupo familiar (su mamá y sus 8 hermanos) iban dos veces al año a los caballitos, pero aclara, “no a subirnos, sino a ver a los otros niños disfrutar de las atracciones del parque”. Luego su madre los embarcaba en el autobús hasta la plaza Urdaneta en Maracaibo, en donde podían utilizar el pasamano del puente entre las fuentes como tobogán, lo disfrutaban mucho, corrían y subían pequeñas montanas de tierra. El refrigerio eran botellas de Coca Cola, cargadas de agua y algún sobre de jugo, pan y más nada. Asegura que al regresar iban felices y con sus ropas sucias.

Al lograr captar toda la atención, continúa la mujer de risa alegre y cabellos negros despeinados, habla sin tapujos, simplemente es, y ya.

La mujer de pelo negro sigue su relato, y nos señala que en la navidad el niño Jesús llegaba cargado de palos de escoba con tapas de latas de leche y un clavo, el cual giraba y disfrutaban los niños para caminar por el patio o mientras iban a hacer alguna compra en el abasto, o simplemente a vender dulces con sus hermanos.

Entre uno de los valores familiares a pesar de las carencia materiales destaca, lo educados que eran a pesar del analfabetismo materno; ella se iba a trabajar, pero antes los dejaba en el colegio público de la zona y en las tardes los inscribía en el YNCA, en donde todo era gratis. Los niños aprendieron a bailar, a pintar y a moldear cosas y así algunos llegaron a la Universidad, logrando graduarse.

Sus hábitos de limpieza eran estrictos, así como las tareas domésticas cada cual hacia lo suyo. A pesar de no tener piso, tenía que ser barrido diariamente. El patio debía estar en orden con las marcas del rastrillo en la arena.

Los fines de semana eran divertidos, especialmente cada quince días cuando su mamá los llevaba de picnic en el terreno enmontado al lado de su rancho, los dejaba que caminaran para recoger palitos con el objeto de encender fuego y montar ahí la olla para el hervido del domingo. Esta era una forma libre y auténtica de ensenar a los niños que la vida a pesar de las adversidades es bella y que la unión y el compartir en familia son importantes.

Hoy en día muchos de los hijos de estas personas por no conocer las carencias no le dan el justo valor a las cosas, pensando que lo tienen porque se lo merecen y ya y hacen sus exigencias sin más reparos que un yo quiero.

Es hora que mostremos a nuestros hijos que todo lo material que tenemos es importante, y cuesta dinero, tiempo y dedicación conseguirlo, pero sin duda lo más importante es tener el amor y la dedicación de unos padres dispuestos a compartir valores y a ensenar principios que los sostengan de pie hasta el final de sus días.

Gracias Yaneth, por tu historia.

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